Se cree que una de las mayores diferencias que existen entre el primer mundo y los demás es el ejercicio de la libertad. Si consultamos qué significa exactamente la palabra libertad, veremos que lo primero que se dice de ella es que se trata de una facultad natural, por lo tanto, debería ser un rasgo inherente común a todos los seres humanos, independientemente de su raza, sexo o religión. A estas alturas, todos (menos la RAE) sabemos que no es así y nos sentimos satisfechos de haber creado sociedades en las que los ciudadanos gozan del derecho de la libre determinación. Sorprendentemente, a diario nos cruzamos con individuos taciturnos cuyos ojos agonizan tras una reja invisible que los aprisiona en una cárcel sin esposas ni grilletes, una esclavitud secreta que todos compartimos.
Nacer entre privilegios conlleva una libertad monitorizada. Cuando no te falta nada tus esfuerzos se encaminan a que siga siendo así, y para ello existen itinerarios preestablecidos que parecen garantizar que tu suerte se mantenga a lo largo de tu existencia. No hay rutas por descubrir, estas vienen recogidas en un inventario de reducidas opciones que podemos escoger una sola vez. Y si erramos, es que nuestra vida se «deshizo».
El plan está muy claro: estudia, encuentra trabajo, pareja y vivienda y ten descendencia. Es una fórmula aparentemente simple que se complica a medida que vamos cumpliendo sus objetivos. ¿Estudiar? Pero qué, cuánto, cómo y dónde. En la universidad, por supuesto, y cuando acabes el grado, un máster. La finalidad es encontrar el trabajo más cualificado posible, pero quizás sea más difícil de lo que parece y haya que estudiar todavía más… otro máster, unas oposiciones, un doctorado. Con mucho esfuerzo y una pizca de suerte (no despreciemos las pizcas, en todas las recetas son estas las que condicionan el resultado del plato) quizás sea posible obtener una plaza fija o firmar un contrato indefinido. ¿Has superado este nivel? El camino al éxito es como un videojuego de plataformas, siempre hay que seguir saltando en busca del tesoro. El siguiente: la pareja. Es un logro hallar a tu media naranja, has de buscarla y conservarla pues, si la pierdes, game over, alguien te dirá que «rehagas» tu vida. ¿Es que no te la dieron hecha cuando te trajeron a este mundo? Hablando de nacimientos, ¿cuándo tendrás descendencia? Tus hijos serán tu mayor logro, tendrás que dedicarte a ellos, pero, a la vez, seguir progresando en el trabajo, no puedes ser feliz si te estancas profesionalmente. No te quedará más remedio que ceder la educación de tus hijos a la pantalla de tu teléfono móvil, cómo si no disfrutarías de una cena con tus amigos, que también son importantes. En esas reuniones tan esperadas tendrás que alardear de tu vida saludable: de la comida sana y equilibrada que ingieres, de tus sesiones de deporte… Aunque es verdad que no te queda tiempo, lo sacas de donde haga falta para salir a correr o ir al gimnasio. Pero tus amigos parecen unos expertos cinéfilos, todos están al día de los últimos estrenos, por lo que tampoco puedes dejar de ver las mejores series, las mejores películas en todas las plataformas para comentarlas con ellos. La lectura es un punto extra para medir la categoría de una persona, pero ten cuidado, lee lo justo para no resultar pedante, con los últimos best sellers es suficiente. Si crees que superaste todas las plataformas del exigente videojuego al que los ciudadanos del primer mundo son adictos, es que no has mirado hacia arriba para comprobar todos los niveles que aún te quedan por alcanzar: más ingresos para comprar el último modelo de teléfono móvil o un coche mejor (algún día llegarán a valer lo mismo), una casa más grande para que tus hijos crezcan en el espacio y la abundancia, una personalidad más resiliente…
Atreverse a caminar este sendero es una osadía mucho mayor que apartarse de él. Los que ya lo recorren no piensan lo mismo, consideran que para renunciar a esta ruta de libertad monitorizada hay que tener mucho valor. Pero lo realmente difícil es empeñarse en verter nuestros días en un molde que otros hicieron y «hacer» así nuestra vida. Hay que ser verdaderamente imperturbable para aceptar unas condiciones que jamás hemos firmado. Hay que ser muy sumiso para afirmar que nuestra vida se «deshizo» y debemos «rehacerla».
No puede rehacerse lo que no se ha borrado o destruido. Por fortuna, los que leen esto siguen vivos (aún no han experimentado la verdadera aniquilación) y saben que los días solo se viven en una dirección: hacia delante, nunca hacia arriba o hacia abajo. No ascendemos o descendemos, nuestra vida no es una torre de bloques en equilibrio que, si se derrumba, deba construirse desde cero. No podemos plantearnos la existencia como una búsqueda infinita del «más», porque, casi siempre, el «menos» es lo que nos hace feliz. Pero qué es ser feliz… La felicidad no depende de una vida «hecha», sino de una vida plena en la que la apariencia no importa nada y el interior lo es todo. El éxito no reluce en los ojos de los demás, sino en la mirada que nos devuelve un espejo.
En este primer mundo nada nunca es suficiente, siempre se nos exige un nuevo esfuerzo, otro paso más, otro peldaño que subir… Aun no teniendo fuerzas para seguir el ritmo, avanzamos en el mismo sentido que los demás, pues la muchedumbre fabrica una inmensa ola que nos arrastra. Curiosamente, nadie quiere ser una gota en mitad del océano.
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