Los hechos narrados en este «partículo» son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
El Congreso celebraba una jornada en la que los portavoces de los partidos podían realizar propuestas que velasen por la seguridad y la integridad de los ciudadanos. Después de los acontecimientos que se habían vivido durante los últimos años era necesario acometer reformas que blindasen la libertad de todos los habitantes del país. El primero en hablar fue el diputado escogido por el partido A, quien intervino del siguiente modo:
—La propuesta de nuestro partido consiste en la implantación de un certificado de IMC. —Un murmullo se extendió por el hemiciclo y el político alzó los brazos para recuperar el silencio—. Ya saben que nos enfrentamos a una nueva pandemia, una pandemia silenciosa, una pandemia que está matando a nuestros ciudadanos lentamente, de maneras muy distintas, pero todas ellas relacionadas con el mismo virus: la obesidad. —De nuevo, la calma fue interrumpida, pero esta vez, el diputado prosiguió como si nada—. Por ello, el partido A propone que todos los ciudadanos deban presentar su certificado de IMC para acceder a restaurantes de comida rápida o para adquirir alimentos y bebidas que fomenten la obesidad. Con esto conseguiremos proteger a los más vulnerables ya que, de este modo, aquellos ciudadanos que excedan el índice de masa corporal recomendado por los expertos no podrán consumir comida perniciosa que agrave aún más su estado de salud…
—Señor diputado, su tiempo ha concluido.
El portavoz del partido A hizo una reverencia hacia sus compañeros de partido y bajó del estrado. El atril fue ocupado de inmediato por un miembro del partido B.
—Es cierto que no nos desagrada la propuesta del partido A, pero el partido B pretende poner el foco en un problema aún más grave, una lacra de la que podemos y debemos librarnos cuanto antes: el tabaco. —El hemiciclo volvió a vibrar—. Ya sabemos el peligro que conlleva que nuestra población contraiga enfermedades pulmonares y el tabaco es el mayor causante de ellas. Por lo tanto, desde el partido B proponemos que se implante el certificado de nicotina en sangre, un certificado que permitirá al ciudadano acceder a recintos libres de humo, un certificado que deberá actualizarse constantemente para garantizar que su portador no contaminará el aire de nuestros parques, de nuestras calles y plazas. Un certificado, en definitiva, que todos querrán exhibir para no ser tachados de seres contaminantes e incívicos…
—Señor diputado, su tiempo ha concluido.
El portavoz del partido B recogió sus papeles con torpeza y abandonó el atril cabizbajo, sin comprobar el efecto que habían causado sus palabras en la audiencia, ya que los miembros del partido C jaleaban a su portavoz, quien se aproximaba con altanería al estrado.
—Están muy bien sus propuestas, señorías. Han hecho ustedes los deberes. —Sus compañeros incrementaron los vítores e, inmediata y repentinamente, enmudecieron para permitir que las palabras de su portavoz se oyesen con claridad—. Mentiría si les dijese que no nos gustan sus certificados. Nos gustan, ¡y mucho! —La algarabía estuvo a punto de desatarse, pero el líder la controló con una sola mano—. Pero en el partido C pensamos que hay que ir más allá para garantizar la absoluta libertad y seguridad de todo ciudadano. Por ello, queremos proponer la implantación de un certificado de solvencia económica que permita el acceso —comenzó a contar con los dedos— a los transportes públicos, a los restaurantes, a los cines y los teatros, a los centros comerciales… —Su masa vitoreaba de nuevo, era imposible acallarla, el portavoz del partido se vio obligado a alzar la voz para ser escuchado—. ¡Así protegeremos a todos los ciudadanos, garantizaremos que los servicios serán pagados, que las consumiciones serán abonadas, que las…!
—Señor diputado, su tiempo ha concluido.
Pero la voz de la presidenta fue incapaz de elevarse entre tanta algarabía.
—¿Cuál es la verdadera pandemia de este país? ¡La pobreza!
—Señor diputado, debe regresar a su escaño.
El líder el partido C sonrió, hizo una leve reverencia con la cabeza, y bajó de la tribuna. El ruido se había incrementado, pues a los que vitoreaban al que acababa de abandonar el atril se unieron los que lo abucheaban y los que, por otra parte, aplaudían al portavoz del partido D, quien se aproximaba al estrado ajeno al gallinero en el que se había transformado el hemiciclo.
—Señoras y señores —dijo cuando se hubo templado el ambiente—, ¿y si en lugar de preocuparnos por lo físico, por el exterior al fin y al cabo, abordamos un problema más profundo que afecta a nuestra ciudadanía? ¿Por qué no nos ocupamos de su salud cultural? —Los miembros del partido C, después de la actuación de su líder, estaban desatados y prorrumpieron insultos y burlas contra el portavoz del partido D, quien siguió hablando de este modo—: El partido D propone la implantación de un certificado cultural en el que se recojan qué títulos o cursos poseen los ciudadanos y las ciudadanas, así como un registro de su asistencia a conciertos, obras de teatro…
—¡Vete a la biblioteca, lumbreras! —espetó un diputado anónimo proveniente del lugar que ocupaba el partido C.
El portavoz del partido D terminó a duras penas su intervención y regresó a su escaño visiblemente irritado.
—Señorías, si ningún partido tiene ninguna otra propuesta, es hora de que…
—¡Disculpen, queda una propuesta! —exclamó un diputado que bajaba a toda prisa desde lo más alto del hemiciclo. La confusión reinó entre los políticos hasta que el portavoz del partido Z ocupó el atril y comenzó a hablar:
—No se preocupen, seré muy breve —dijo con convicción, mirando a todos directamente—. El partido Z, del que soy el único representante, como ya saben, propone también un certificado. El certificado de libertad.
Los políticos se miraron. Los que no habían prestado atención al nuevo orador mostraban una expresión de impaciencia y consultaban sus relojes o sus teléfonos constantemente. Otros fruncían el ceño desaprobando las palabras del portador del partido Z. Muy pocos escuchaban su discurso con interés y curiosidad.
—El certificado de libertad se otorgará a cada ciudadano solo por el mero hecho de existir, de estar vivo, y permitirá el acceso a todos los servicios de los que dispone la ciudadanía. No requerirá actualizaciones y su validez será permanente. Esto es todo. Muchas gracias por su atención.
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